Es que esa noche
estabas con el niño
al que le gusta
hablarte al oído.
Y ese niño,
con insistencia,
te pedía una entereza
que no podías obtener:
esa fuerza que hace
erguir a los maizales.
Caía el sol. Hablaban de lo lindo que sería ver un faro a lo lejos. Una gaviota, al ras del agua, enfrentaba el viento. Contaron l...
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