lunes, 4 de abril de 2022

Un día en el lago Fagnano

 


Ayer fuimos al lago Fagnano. Un viaje que nos llevó alrededor de una hora y media a través de un paisaje montañoso que gracias al otoño incorpora al verde de los árboles una impronta puntillista de amarillos y rojos. Paramos en el mirador Garibaldi, una estructura de piedras y concreto pensada para el turista deseoso de admirar el lago escondido y, más atrás, más grande, vimos el Fagnano. La vista es inmensa pero no termina de generar demasiado encanto: tiene el sello de una postal.

El lago, por ser tan grande, tiene ese volumen en el agua que habla de profundidades heladas que generan azules potentes, vigorosos, capaces al mismo tiempo de llevarnos al lugar donde señorea la muerte.

La hostería el Kaikén está en una ladera y por lo tanto, su lugar privilegiado y su simplicidad arquitectónica generan el espacio  para disfrutar de un almuerzo en donde el frío y la buena comida impulsen la creencia de que uno asiste a un evento íntimo.

Después está el pueblo. Tolhuín. Un lugar con casas pequeñas con flores silvestres estupendas alrededor. Tiene una panadería que se promociona, sin decirlo con claridad, como legendaria. En sus paredes hay fotos de distintos celebridades con el dueño. Después de pedir lo mío, me detuve frente a la foto de una estrella de mi adolescencia, y parte de mi juventud, aún atraído por un magnetismo que supongo pertenece a la fuerza de un deseo desbordante que todavía quiero sentir, pero que de a poco se apaga.

Y después me quedé mirando las fotos de los otros artistas. El conjunto me dio una impresión triste, como si toda la construcción de la fama ya me generase un tono meloso del cual me quiero desligar. Como si quisiera, incluso, terminar de comprender que los sistemas consumen en mayor medida tu poder íntimo cuanto más alto se llega.







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