Cuando te despertaste en la madruga, tenías un terror antiguo, casi nunca tan cercano. Tu mundo entraba en una celda y en esa celda te tocaba vivir a la espera de algo que tal vez nunca iba a ocurrir porque implicaría asumir una pérdida de enorme.
Y después, fijo en la niebla que cubría las calles, pensaste que de eso se trataba: de que sufriste una pérdida y, gracias a tu incapacidad de asumir ese dolor, desde entonces vivís en una celda, siempre atento a un gran murciélago que sobrevuela tu cabeza... Y te nacía cierto interés por ver mejor a el dichoso murciélago tan grande. Y notabas cierto brillo en sus grises. Te detenías a ver cómo llegaban con delicadeza al negro.
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