Sus padres dormían la siesta con la puerta cerrada, en la oscuridad, con el ventilador de techo y otro de piso al máximo. “No soportan la luz”, dijo ella, e imaginaste una sortija agitada por un hombre de guardapolvo azul al costado de la cama, mientras sus padres seguían dormidos o para entonces, tal vez, muertos.
Y los frascos de perfume sobre la cómoda eran desparramados por ese mismo hombre que habías visto alguna vez en tu niñez, pero no sabrías decir dónde…
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