miércoles, 25 de enero de 2023

Chambord

Chambord. El palacio tiene la impronta de un rey que lo quiso hacer crecer. Años de trabajo mancomunado para que uno pueda captar lo vivido por tantos. Por un momento, creería que lo logro. 

Las estancias están bien recreadas. Las menos amuebladas tienen el gusto de hablar de cierta época. Lo mejor son las fotos que se pueden tomar desde la terraza sobre todo el hecho de que casi no hay gente de visita: estamos en enero y la temperatura no llega a los dos grados.

Cheverny el palacio que vamos después contrasta absolutamente con Chambord. Como concepto turístico es algo chabacano. Tiene una serie de adornos de navidad más dotados de un espíritu de show business americano. Muebles amontonados que no valen el peso de su pretensión. Lo mismo los cuadros. Los jardines tienen encanto, pero todo está pensado para que un turista promedio crea conocer la supuesta vida de la aristocracia. Con todo la visión del castillo a la distancia es interesante. Diseño renacentista equilibrado y firme.

Antes almuerzo en un pueblo aledaño. Me llama la atención que los jóvenes niños que me atienden parecen aldeanos conservados a través de los siglos. Después, caminata por los bosques de Chambord y relax en un jacuzzi. Agua. La soberana visión de las estrellas. El silencio del río y después el agua golpea en cierto declive. Pasan los aviones a la distancia; silencio. No hay nadie. Solo las dos jóvenes que atienden el spa. Son joviales y tienen una impronta original que me recuerda a Proust. 

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