Más temprano, en la orilla veía cómo la línea de mi caña dividía el agua mientras, con tu rodilla tocando la mía, mirábamos unos pájaros bajar a tomar agua. Son benteveos, dije. Después, pescamos el dorado. Está tibio, dijiste al tocarlo cuando salió del agua. Las nubes pasaban y nosotros seguíamos atentos a las cañas, custodiados por paredes altas de ligustros bajo la sombra de los lapachos, viendo por momentos a las calandrias. Saltaban en la orilla. Cuando por fin volaron solo quedó el aire del fin de la tarde.
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