Tus padres, me contaste, dormían la siesta con la puerta cerrada, el ventilador de techo y otro de piso al máximo. No soportan la luz, dijiste. Esa noche soné con una sortija agitada por un hombre de guardapolvo azul al costado de la cama mientras tus padres, tal vez para entonces muertos, seguían acostados. Después, ese hombre desparramaba los frascos de perfume sobre la cómoda y se daba vuelta a mirarme. Lo había visto alguna vez en mi niñez, supongo que era un pervertido de los que por entonces abundaban, pero no sabría decir dónde…
No hay comentarios:
Publicar un comentario