Ese mismo día, un primero de diciembre, según anoté en mi cuaderno, mientras las chicharras cantaban, el cuerpo del jabalí seguía en el pasto. A su lado unas margaritas oscilaban. Nadie lo había retirado. Miré mejor: no podía definir esas margaritas junto al cuerpo porque, cuanto más las miraba, más me pedían alejar el sentimiento del concepto
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