¿O podrían revivir esas margaritas gracias a nuestros recuerdos?, pregunté.
Sí, dijiste. Porque se las cultivó con el espíritu que viaja a través de los atardeceres silenciosos, días con intensas nubes que también miran al sol, formas dispuestas a agradecer todo, a mirar todo y a entenderse con la impronta que tienen los zorros cuando merodean por los médanos.
Hay que verlos: van uno detrás del otro, en grupos de a dos o de tres, interesados en llegar a la orilla para conocer las olas. Van, casi al trote, a sentir la espuma repetida gracias al despliegue del azul, el celeste más al medio y un poco antes los dorados y los verdes que anuncian un fondo con algas moviéndose.
No hay comentarios:
Publicar un comentario