Soñé con los buitres imperiales y bizcos que estaban en una película japonesa animada que veía de chico. El recuerdo vino cuando miraba unos jotes en la copa de un lapacho. El río —contaba Anselmo, el capataz de tu abuelo a nuestro lado— en su última crecida se llevó a varios animales y a un borracho que perdió el rumbo. Es verdad, corre fuerte el agua, dije. Marrón intensa, como un cuerpo. Romero se llamaba el borracho. Lo conocíamos bien, un peón taciturno que ostentaba una barba de varios días.
Por momentos, llovía. Dos garzas pasaron arriba de unos pinos y, cuando bajé la visa, me pareció que mirabas a Anselmo.
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