Estábamos frente al río.
Había una luz de invierno
que descansaba en la
plasticidad de los sauces.
Gracias a un viento tibio,
tu rostro no tenía un solo rasgo
de imperfección o de soberbia.
Cuando nos fuimos,
unos pájaros, pequeños,
simpáticos y de dos colores
nos acompañaron.
Me pareció entonces
que el río se quedaba quieto.
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