Me acuerdo que la plaza tenía dos torres de un estilo gótico de piedra pulida. En algunas partes la piedra era casi rosada y en otras de un gris claro y hacia un costado había un edificio que tenía un jardín angosto donde se veían unas esculturas con diferentes grises. “Municipalidad” se podía leer en letras talladas en la entrada. Con los años, dijimos, las cosas toman un curso previsible, pero quedan atisbos, instantes donde las ventanas quedan abiertas para disfrutar de unos pinos altos, bellísimos. Por ese entonces caminábamos seguido por la rambla. Tomábamos hacia la península con la idea de llegar a un espacio donde había palmeras en hilera, y en ese lugar elegíamos un banco de plaza y contemplábamos el mar.
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