Una escena que me llevó a otra casa enfrente a una playa que conocimos muchos años antes. Una casa donde, siendo adolescentes, con otra perra de nombre Rita, subíamos las escaleras y nos apoyábamos en las barandas de una terraza. Ahí mismo donde una rama de un tilo casi nos tocaba. Para entonces, estábamos expectantes por ver a tus primos gemelos con sus amigas en la galería. Nos divertía verlos bailar frenéticos sobre baldosas negras y blancas mientras, apoyados en la baranda, buscábamos la forma de rozarnos —en teoría por un descuido nada más—. Cada tanto también señalábamos los intentos de los chicos por besar a las chicas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario