Ahora son las cinco y veinte de la tarde y acabo de caer en la cuenta de que llovizna desde temprano en este barrio remoto de la ciudad. El lugar donde intento sin éxito progresar. Y también recién, por más extraño que parezca, escuché a lo lejos el canto de un gallo y recordé que en la quinta de mi abuelo había un gallo de un vecino de apellido Ervasi que cuando estábamos sentados en la galería, se paraba enfrente nuestro, nos miraba fijo unos instantes y se iba. Nunca supe si era una bravuconada o qué.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Los mismos caballos
Los mismos caballos junto a espinillos como oradores al costado del camino. Y a la ida y a la vuelta, la obsesión de no pensar. También el...
-
El genio rockero me miró con sorpresa y después, víctima de cierta discordancia, tentado, me respondió: “Okay my lord”. Se volteó y preguntó...
-
La suficiencia para hablar debería ser desterrada de todos nosotros en la medida que el alcance de la palabra se limita a u...
-
El estruendo interno como fuente de toda perseverancia así debería ser, así deberían consumirse los días y los cigarrillos imaginarios que...
No hay comentarios:
Publicar un comentario