Ahora son las cinco y veinte de la tarde y acabo de caer en la cuenta de que llovizna desde temprano en este barrio remoto de la ciudad. El lugar donde intento sin éxito progresar. Y también recién, por más extraño que parezca, escuché a lo lejos el canto de un gallo y recordé que en la quinta de mi abuelo había un gallo de un vecino de apellido Ervasi que cuando estábamos sentados en la galería, se paraba enfrente nuestro, nos miraba fijo unos instantes y se iba. Nunca supe si era una bravuconada o qué.
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