Parados en la orilla,
mirábamos la laguna.
Es amplia, dije.
Así deberían pasar los días y los años.
En la contemplación del agua,
dijiste atenta al ir y venir de las olas.
Sin embargo, uno no se contenta con eso.
Es difícil desarmar el intento de sostener
una imagen del éxito, dijiste.
Una pluma entonces pasó cerca.
Vuela, agregaste, pobre, tan sola.
Estábamos frente a las esculturas
de uno de los llamados genios del arte
en un campo reverenciado por la primavera
y pronto llegaría el fin del día.
El momento para disfrutar del viento
y de las parsimoniosas vacas.
Detrás nuestro iban y venían
los pájaros en busca de sus nidos
y en ese trajín cantaban unos y otros.
Me fijé en unos de un negro brillante.
Claro, cuervos, me dije.
El fin de una era.
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