Al fin llovía, los demás ruidos
se aplacaban y todo lo vivido
tenía un sentido.
Incluso podrías olvidarte
de las inquietantes
manchas de petróleo
que de chico habías visto
en la planta de tus pies
un verano.
Podrías dejar atrás
ese recuerdo y muchos más.
Llovía y sentías las gotas,
miles, en el techo.
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