Al despertar, para serenarte,
cerraste los ojos. Esperabas
una señal, pero no había
nada distinto a la oscuridad.
Esa luz tan deseada nunca llegó.
Sin embargo, por momentos veías
el parque de una ciudad antigua
donde ya no llovía y el verde destacaba
unos laureles rosados y blancos
que formaban un sendero por donde
caminabas evitando los charcos.
Y estabas contento:
el viento silbaba, hacía frío
y no había nadie en las calles.
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