Ahora en mi cabeza aparecen unas vacas acostadas en un potrero donde hay un mástil en el que nunca vi una bandera. A un costado, montones de mosquitos circundan a un viejo burro. El sol quema tus hombros mientras miramos la escena apoyados en el alambrado. Y más allá, en su casa, Anselmo toma mate al final de la siesta, bajo el alero, mirando como tantas veces la nada...
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