Los mismos caballos junto a espinillos como oradores al costado del camino. Y a la ida y a la vuelta, la obsesión de no pensar. También el intento de comprender a mis padres. Uno puede comprender más a sus padres que a uno mismo, pensé. Pero no estaba seguro de eso porque mis impresiones tienden a cambiar y los pájaros sobre los muros a seguir.
Después, sobre el fin de un calor agobiante, salí a pasear con mi perra. Parecía que iba a llover, pero el agua no cayó hasta la madrugada. Y al despertar, abrí las ventanas. El viento era fresco, los árboles se movían. Los pájaros cantaban, y era feliz, tan feliz como alguien venido de la antigua Grecia.
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