Hoy día, dice mi cuaderno, me levanté alegre, pero más tarde, cuando, en una mesa vecina, vi a unos cuervos comiendo las sobras de un almuerzo, el negro penetrante de los pájaros me invadió al punto que comencé a sufrir una crisis. Entonces, para calmarme, pensé que nadaba por la bahía de una isla. Un buen modo de volver a las cosas soñadas y tenues, al mundo apacible del agua cristalina. Por eso incluso después, en la plaza del pueblo sentado en el borde de una fuente, atento a unos zorzales que saltaban sobre el pasto, me quedé a la espera de unos gatitos. Esos gatitos a veces, en la plaza, se acercaban a donde yo estaba y compartían conmigo miradas.
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