Tus temores
adquirieron otro peso
cuando descubriste que cada día,
desde hace muchos años,
van y vienen por motivos
intrincados, inexplicables,
en definitiva, razones
que nunca van a aflorar.
Lo pensaste con el mar
hasta la cintura, una noche de verano,
mientras pescaban con un amigo,
y los hijos de cada uno, a la encandilada.
Al no tener suerte
con los faroles y los calderines,
decidieron usar una red más grande.
Es algo industrial,
alcanzaste a comentar.
Mientras tu amigo sostenía
la red de un lado, la extendiste
del otro perpendicular a la rompiente,
a la altura de primeras piedras,
esperaste un poco, salieron los primeros
peces y todos festejaron.
En la orilla, como los pejerreyes
estaban firmemente atrapados en las redes,
y los niños no podían sacarlos,
optaste por cortar sus cabezas
con tus manos.
Casi enseguida, te diste cuenta
de tu error. Los niños te miraron
y un sentimiento conocido, de haber
hecho algo terrible, te invadió.
Un sentimiento conocido mucho antes.
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