Y leo después en el cuaderno: Ya en tu casa, en el comedor, tu madre, regando unas orquídeas con un rociador, al vernos, nos mojó sonriente con el agua.
Y ahora, con el cuaderno en la mano, me acuerdo de eso y de la tarde de aquel verano en que un dorado me rozó las piernas, justo cuando estaba a punto de zambullirme. Se alejó un poco, por segundos, se detuvo en línea recta, a no más de un metro, como si quisiera decirme algo, y se fue.
Es raro, pero desde ese día el cuerpo del pez detenido en el agua vuelve a mis pensamientos, y lo mismo tu madre con el rociador en la mano.
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