Al llegar la noche, leo ahora, el viento había corrido las nubes y, por un momento, vi las estrellas entre los árboles. La perra se detuvo también y miró para arriba. O eso me pareció por un instante.
Después, en la galería de tu casa, te expliqué que nací con el píloro tapado y casi no podía comer. Hasta que un médico, de nombre Gianantonio, decidió operarme y me salvó la vida. Vos entonces me contaste de tus orígenes inciertos y que hace años, cuando mirabas las estrellas, apareció la Virgen y al día siguiente salvaste a mi hermanito de morir ahogado.
Esa misma noche, el aire templado en la noche quieta ampliaba el canto de los grillos. Los plumerillos casi no se movían y el camino de siempre, de vuelta a mi casa, en mi cabeza iba hacia un palacio medieval en la montaña. Un castillo que visitamos un verano y recorrimos de la mano.
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