Esa mañana de calor, dice a continuación mi cuaderno, un pajarito saltaba por las ramas de un árbol del que desconocía el nombre. Se divertía sobre unas rocas con manchas negras concentradas en la parte más alta. Arman dibujos chinos, acordamos. Me acosté en una de ellas para ver unas golondrinas que en el cielo se dispersaban y por momentos se unían, y pensé en los instantes. Pasan como los pájaros, me dije, y cerré los ojos para sentir algo que me sosegara. Cierta bondad indefinida que me limpiase de toda mácula…
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