Esas margaritas estaban en una casa cerca del río de un tío tuyo que, si recuerdo bien, con el tiempo la abandonó para irse a vivir con una empleada del supermercado. Se fueron de un día para el otro a un pueblo cercano a la frontera.
A las margaritas las veía mucho tiempo antes en mis sueños. Nos echábamos en ellas, recordaba bien, en la casa de tu tío, que creo que se llamaba Ernesto, donde también, apenas los remeros se lanzaban por los canales, subíamos a la terraza para apoyarnos en la baranda. Yo entonces me quedaba atento a tus piernas y a los roces casuales. Intentaba más que nada mantenerme, frente al canal, concentrado en los reflejos de los árboles en el agua. Pero se movían bastante mis pensamientos sobre la corriente.
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