jueves, 17 de octubre de 2024

Mons Klint


Andamos un rato por el parque hasta llegar a la costa. El mar tiene una mezcla de ceniza y de celeste turquesa, pero solo al principio, más cerca de la costa. Es evidente que las piedras blancas de los acantilados crean el efecto fantástico. Riachos bajan por colinas cubiertas de bosques y desembocan en un mar conmovido por el frío y el viento.
Hay cabras a lo lejos y más cerca frutos silvestres por donde andan los pájaros. Siento por un momento un tipo de renovación trascendental.
Pero una familia que había visto comenzar el sendero conmigo tiempo atrás se acerca hasta donde estoy, al preciso lugar donde me encuentro parado, dentro de un bosque inmenso, y comienzan a hablar en voz alta en alemán.
Luego, pasado un tiempo —que aguanto estoico, contemplando siempre el mar—, se retiran.
No me queda claro el sentido de esa irrupción: ¿un espacio inmenso y cuatro personas que se acercan justo donde estoy para alterar mi contemplación? ¿A qué han venido?

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