También en ese tiempo, un día antes al atardecer, vimos una roca, bañada por una lluvia torrencial, resbaladiza y en partes brillante, en el medio de la playa. Se escuchaban cantos lejanos. Benteveos. Había mucha humedad, leo en mi cuaderno; cierta bruma se acercaba.
Sentados en la orilla, veíamos lo que declina del día en las ramas. El río, cada vez más pálido, invitaba a mirarlo. Hablaste de remar por los canales. “Nunca supe dónde acaban”, y comenzaron a cantar las ranas.
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