Esa misma noche, por lo que dice mi cuaderno, tuve un sueño extraño. Junto a la pileta, con tu bikini blanca puesta, rodeada de una bruma incipiente, en una reposera, mientras sobre tu cabeza el viento movía las ramas del sauce, me mirabas. Lo más lindo era que no había en tu cara una sola imperfección, pero tampoco un aire de soberbia.
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