Todo duró casi nada. Estábamos pintando, de nuevo con cierta familiaridad. Todo estaba bien entre nosotros. Al principio, no. Pero luego sí. Algo así, recuerdo. Pero enseguida era la hora de irme. Las seis de la tarde. No sé por qué en ese horario debía partir.. Pero antes, te contaba que me había llamado tu madre. Siempre confunde mi número con el del hermano que se llama igual que yo, te explicaba. Y vos nada. No parecía importante en absoluto.
Y después, bajaba de mi casa y me encontraba con el portero del taller, que me saludaba con cariño. Más del que suele mostrarme. Y le explicaba que luego iría para allá, que todavía tenía cosas que arreglar... Abajo de mi casa había una plaza mucho más grande que la que existe en la realidad. El sol de la primavera la iluminaba y el edificio de enfrente, que parece un palacio, se veía como el coliseo. O todavía más impresionante.
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