Lo fascinaba la belleza, y por eso iba detrás de aquello que le parecía potente, porque en esa fuerza encontraba un sentido preciado que le llegaba en dosis diversas, como un placer sutil escondido en los matices de los cinco pétalos de las hortensias, con su forma de estrella.
Pétalos que, si uno los mira con detenimiento, revelan otra cosa: parecen antiguos infantes muertos en circunstancias trágicas, inexplicables, grabados como una ofrenda de los dioses para que otros eventos de otros mundos pudieran continuar a través de esos seres mágicos, cándidos, por siempre bellos.
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