Buscaba en el arte un resquicio
que lo rescatase de la angustia
que lo tomaba desde siempre
ante la adversidad y el dolor
que se puede desenvolver
de un momento a otro.
Quería así escapar de la fugacidad
para quedar en el alma de otros,
y ser alguien en lo más alto
del volcán más imponente.
Le pedía demasiado al arte.
Y por eso el arte no lo auxiliaba.
O en realidad sí, pero solo le enviaba pájaros
que pasaban por su ventana,
miraban el horizonte y partían,
rápido, entusiastas, mostrándole
la realidad más concreta y última
de todas que él no lograba
entender más que por instantes.
Y con todo, esos contactos
eran lo mejor que tenía.
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