Subía con sus hijos por calles
en donde las personas vivían
unas vidas que le parecían infernales
porque no tenían ni el verde ni la calma
que le eran necesarias para encontrar
un mínimo de paz que adorne
su atormentada existencia
en donde por lo general
un montón de signos
eran motivo suficiente
para que en su dimensión imaginaria
floreciesen tensiones y molestias
que lo alejaban del tipo de quietud
situado en lo más alto en la tierra.
Y sin embargo, en esas calles,
tan estrechas, por donde apenas
pasaba un auto, y no había veredas,
las personas, asomadas a las ventanas,
como animales exhibidos, sonreían
y cantaban más y mejor que él,
que no podía sino sostener
lo que había dicho siempre:
que esa era una alegría vana
y que no estaría nunca
cerca de su espíritu delicado,
y por lo tanto perdido,
en un sinfín de gestos
que respondían a ciertos artificios
que sin embargo no soltaba
porque eran todo lo que tenía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario