Subía con sus hijos por calles donde las personas vivían vidas, al parecer, infernales. No tenían ni el verde ni la calma que para él eran necesarias a la hora de encontrar un mínimo de paz que adornara su existencia tan atormentada, en la que un conjunto de signos bastaba para que florecieran en su cabeza tensiones y molestias que lo alejaban de ese tipo de quietud que situaba en lo alto del mundo. Sin embargo, en esas calles estrechas —por donde apenas pasaba un auto y no había veredas—, las personas, asomadas a las ventanas como animales exhibidos, sonreían y cantaban más y mejor que él, que solo podía sostener lo que siempre había dicho: que esa era una alegría vana, ajena a su espíritu delicado y por lo tanto atrapado en ciertos artificios que no soltaba porque eran lo mejor que tenía.
Archivo del blog
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
El examen
Optamos con mi hijo por ir a desayunar afuera, justo en la mesa que ocupa el vértice entre la galería de un costado y mira de frente a la s...
-
El genio rockero me miró con sorpresa y después, víctima de cierta discordancia, tentado, me respondió: “Okay my lord”. Se volteó y preguntó...
-
Una vez levantado de la siesta, y luego de quedarme mirando el techo un buen rato, decidí que lo mejor sería terminar algunos dibujos que te...
-
Viajo junto a un hombre pequeño, de mirada afable, con un gesto de humanidad comprensivo con el prójimo. O al menos lo supongo cuando lo s...
No hay comentarios:
Publicar un comentario