miércoles, 15 de enero de 2025

Subida al Museo Capodimonte. Nápoles.

Subía con sus hijos por calles donde las personas vivían vidas, al parecer, infernales. No tenían ni el verde ni la calma que para él eran necesarias a la hora de encontrar un mínimo de paz que adornara su existencia tan atormentada, en la que un conjunto de signos bastaba para que florecieran en su cabeza tensiones y molestias que lo alejaban de ese tipo de quietud que situaba en lo alto del mundo. Sin embargo, en esas calles estrechas —por donde apenas pasaba un auto y no había veredas—, las personas, asomadas a las ventanas como animales exhibidos, sonreían y cantaban más y mejor que él, que solo podía sostener lo que siempre había dicho: que esa era una alegría vana, ajena a su espíritu delicado y por lo tanto atrapado en ciertos artificios que no soltaba porque eran lo mejor que tenía.

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