Domingo por la noche. Mientras está a la espera de que le entreguen el pedido con su cena, se encuentra con un hombre, un vecino, y hablan de que se conocen desde hace por lo menos treinta y cinco años. Él tenía quince ahora tiene más de cincuenta y el hombre es mucho más grande y pasó por muchas cosas. Al parecer, no muy buenas, ni muy loables en cierto punto. Pero quién puede juzgar al prójimo piensa. Aunque en realidad sí se puede juzgar, agrega su cabeza, y eso es lo que hace cada día, cada hora. Y de ese hombre también, para ser honestos, no piensa muy bien. Pero con todo, al menos, puede ahora matizar esos pensamientos hasta volverlos en cierta manera más livianos porque, en cierto punto, quisiera que ellos volasen, que fueran junto a esa águila que anda por los árboles cercanos a su casa, se posa en una rama por las mañanas y chilla con insistencia como nunca antes él sintió chillar a un pájaro. Quisiera saber qué busca y sobre todo qué sentido tiene esa insistencia. Y al mismo tiempo, está contento con ese misterio y le gusta ver al animal a la distancia. Escucharlo, pensar en sus búsquedas. en el sentido de ese sonido que cala hondo, va hacia una fibra profunda por donde él ve correr lava sobre piedras negras. El águila sobrevuela ese fuego, y chilla, con insistencia.
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