Amanezco después de vivir un sueño que se repite a lo largo de mis últimos treinta años de una manera metódica, punzante, obstinada. Quiere mostrarme algo, o darme algo, o generarme algo que no logro retribuirle por lo visto. Afuera, está nublado. Más temprano llovió por momentos. El bosque reposa con la letanía del canto de las palomas y nada se mueve mientras unas pocas caen gotas de los árboles. Por suerte, ningún perro ladra. Pienso muchas cosas, pero a esta altura de mi vida sé que no tienen mucha importancia. Vuelvo también al sueño, a sus representaciones. me detengo en su función y en lo que debo aprender de él. Pero, como siempre, no logro llegar a nada demasiado concluyente. Hay un mundo oculto que veo inmenso como un iceberg en la noche del mar antártico. Silencioso, potente, gélido y en donde apenas golpea el agua del océano.
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