Soñaste que tenías otra vida.
Todo era igual en cuanto
a que vivías en el mismo lugar,
tenías los mismos hábitos, incluso
el mismo trabajo y también los mismos
afectos y el mismo amor por el paisaje.
Pero en tu interior eras libre
al punto que no estabas atado
a los tormentos que alimentas tanto.
Ese costado con líneas de desafíos continuos
en torno a estar con vos mismo
se había ido y caminabas silbando
por tu barrio, despacio, contento,
con una expresión en la cara
un tanto cándida mientras
los gorriones se te acercaban.
Y después, al despertar, un sentimiento
impreciso de terror te acompañaba.
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