La posibilidad de distanciarse de los pensamientos, de dejarlos ir por su cuenta según su cauce, igual que un riacho cuando baja la pendiente. Y cuando crece el caudal, de no ser arrastrados por ellos. Y al mismo tiempo: la necesidad de atenderlos, de darles espacio, lugar, cobijo, un espacio entre plantas suaves donde podría también uno echarse, un manto donde estar a sus anchas. Luego entender por qué ellos vienen a decir sus cosas: qué buscan, qué intentan, los pobres, monos a veces en los árboles, gritando, chillando en realidad, sus deseos y también: qué debe uno agradecerles, desde lo más profundo, esa arena que está sola en la playa y espera la llegaba, al fin del agua, para estar lo más en paz con ellos. Tal vez sea, hoy pienso, posible.
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