Al llegar, mientras en el frio de la noche recorría los espacios que lindaban con rocas, grutas, casas y gatos, me permití escuchar mis propios pasos. Quería entender el ritmo. Pensaba que, si lograba hacerlo, tal vez dejaría de preocuparme tanto y podría caminar hasta no estar separado del paisaje. Desde hacía mucho había querido eso. Así que, en el máximo silencio, lo deseaba más que nunca.
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