Al llegar, y mientras recorría los espacios que lindaban con rocas, grutas, casas y gatos, me permitía escuchar mis propios pasos, con la esperanza de entender mejor el sonido de ese ritmo. Pensaba que, si lograba hacerlo, dejaría de preocuparme tanto y podría seguir caminando hasta no ser distinto del paisaje. Siempre había querido eso. Por eso, en el máximo silencio, lo deseaba más que nunca.
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