lunes, 24 de febrero de 2025

Un tren de locos

Cuando era joven, alguna vez, paseando por la playa, inspirado, pensaba en los grandes personajes de la historia, y después en esos seres anónimos a los que les tocó morir de forma absurda en batallas que no sirvieron para mucho. O sí, pero en todo caso no les sirvieron a ellos. Y cosas así. Cada domingo por la noche, con cierta tristeza o tal vez impotencia, me repetía: pasó una semana más; los años pasan.

Y por momentos me angustiaba por problemas grandes, que después crecían, y con el tiempo decrecían —con suerte—, y luego llegaba algún otro desafío, y así durante los años, hasta que un día, cansado de esa sucesión de estados repetidos, me propuse cambiar. Y con cierto entusiasmo lo intenté, pero los cambios fueron pocos, o no llegaron, y la sensación era que no había nada nuevo bajo el sol. Entonces, cansado, percibí que con el paso de los días —tal vez los años—, la velocidad de mis pensamientos bajaba y los pájaros, una mañana de sol invernal en la que estaba bien, en un banco, en un patio, se dejaban estar más cerca.

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