Cuando uno es joven, alguna vez,
paseando por la playa, inspirado piensa
primero en los grandes personajes de la historia,
y después, tal vez, en todos esos seres anónimos
que les tocó morir en forma absurda
en batallas que no sirvieron para mucho.
O sí, pero que en todo caso no les sirvieron
a ellos y cosas así. Y cada domingo, por la noche,
se repite: Pasó una semana más y los años pasan...
Es la manera de darle un sentido a ese paso
y de preguntarse de nuevo acerca del futuro.
Y por momentos, se angustia por problemas
grandes, que luego crecen más, y con el tiempo
decrecen -con suerte- y luego viene algún otro,
y así por los años de los años hasta que un buen día,
cansado uno de esa sucesión de estados repetidos
en un tren de locos, se propone cambiar
y, con cierto entusiasmo, lo intenta, pero los cambios
son pocos, o no llegan, y no hay nada nuevo
bajo el sol, y entonces, cansando, percibe
que la muerte es un poco más deseable.
Y con el paso de los días, tal vez años, la aceptación crece
y el tren baja la velocidad para ir despacio por el campo.
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