Cincuenta y dos años cumplo hoy y nada ha cambiado en mi vida en tantos aspectos: aún tengo los mismos sueños, los mismos miedos —o al menos parecidos—, e incluso las mismas alegrías, gracias a los mismos seres queridos. También sigo prefiriendo los pájaros, los árboles, el mar y el cielo.
El paso del tiempo, sin embargo, lo vivo distinto. Y también percibo de otro modo ciertas cosas que hacen a la esencia del mundo —o eso quiero creer—.
Empiezo a vislumbrar mejor que no hay garantías de nada. También que todo depende de uno. Aunque uno dispone apenas de fuerzas limitadas para acceder a esa dimensión que está más allá, y que podría llamarse Dios, pero no en el sentido de las religiones.
Más bien es una presencia misteriosa, que a veces nos conecta con un sentido profundo que apenas nos pertenece —en un modo etéreo—, pero que es, quizá, lo más importante a lo que podemos aspirar: cierta comunión con la fuerza que está en uno y en todo lo demás al tiempo que los hechos ocurren.
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sábado, 15 de marzo de 2025
Cincuenta y dos años
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