Madrugada. La hora que todo tiende al silencio. El tiempo de la conexión con el cielo. La fuerza allá, arriba. Hay un grillo en algún lado. Una fortuna sideral.
Desperté con una sensación de extrañeza, como si la vida que vivo no me perteneciera ya. O mejor dicho: como si cada día me perteneciera menos. Y con todo, hay lazos que siguen sujetándome a pulsiones que no puedo evitar y me limitan. La necesidad de tener una dimensión útil en ciertos puntos convencionales en la esfera del arte creo que es el mayor de ellos. Ni bien los solucione, supongo, un mundo nuevo está listo para entrar en escena. Pero por lo pronto debería asumir ciertos costos, y por supuesto eso me cuesta. Veo un peregrino. La figura de un ermitaño que golpea la puerta de una taberna por la noche. Hay lluvia y frío y pide un plato de comida. Y el plato se lo dan y él lo come junto a un cuervo que lo observa sobre un estandarte de madera. No sé qué puede significar, la verdad, eso.
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