Caer en los dolores de los otros, menos diría en las alegrías, retomar sus caminos y continuarlos como si fuesen propios sin darse cuenta de las diferencia y más tarde ahondar en el canto de los pájaros, recibirlos y continuar con su potencia incluso después de que ellos hayan seguido viaje. Mucho después. Subir montañas, llegar hasta la nieve y tocar esa blancura solo para enseguida sentir el aire, frío, reparador y de pronto tener un recuerdo oscuro, impreciso y pertubador que habla de un alce enfrentado una jauría de lobos. El alce es viejo y conmovedor. También sabio. Los lobos lo rodean voraces. Sin duda, no les importan los méritos del viejo alce porque lo ven como una presa fácil. Pero no lo es.
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