Seis y media. Ni bien dejó de llover,
fui a la gran pileta a nadar en soledad
sobre las líneas negras del fondo
mientras los pájaros despedían el día
y las nubes permanecían quietas.
En cierto momento incluso nadé
con la cabeza fuera atento al ruido
que hace el agua y es la delicia
más grande junto con el canto
de los pájaros y el ruido del viento
en las ramas de los pinos lambertiana.
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