Imagínense: llegar a donde
convergen el deseo, la voluntad
y el talento. El lugar donde
se vuelve a ver una laguna
que se conoció en la infancia,
donde había cañaverales, un agua
azul casi negra y los peces
saltaban al atardecer
-era un día de invierno-,
y entonces, ante la visión esa laguna,
uno se abandona a lo que es y no pide más
porque lo más real que podrá alguna vez tener
es lo que tiene y al fin, claro
en los sentimientos, solo busca
lo que se está al alcance de la mano.
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