domingo, 6 de abril de 2025

Frente al río

Por la tarde fui a la sede del club sobre el río a nadar en una pileta que está en la orilla, frente al agua, con la intención de aprovechar los últimos días de la temporada, aunque el viento del sur había bajado la temperatura, y llegué a preguntarme si valía la pena meterme, porque no había nadie, más allá de los bañeros: un hombre y una joven que pasan las horas escapándole al tedio, por lo que he visto, gracias a los celulares. Me intriga saber qué pensarán de la tarea que tienen a su cargo, qué harán cuando el verano se acabe, y sobre todo si los modos despreocupados que admiro a lo largo de los días son ciertos o una impresión mía.

Como sea, antes de nadar —como tenía hambre— opté por almorzar y luego fui un rato a mirar el río, a un espacio de pasto con dos árboles que forma un mirador hacia el agua, donde me encontré con un conocido que suele ir a pescar —no obstante, existe un cartel que dice “No pescar”—, aunque él me aclaró hace años que captura y libera los peces, muchos de los cuales son llamativamente grandes, que se ven desde la orilla y que, al parecer, solo son perturbados por este hombre extraño y afable al que conozco desde mi infancia, y que por algún motivo que no termino de entender se empeña en alterar la paz de esos seres —que, no obstante, ahora que lo pienso, yo mismo los como de vez en cuando, sin ningún tipo de culpa—.

Contento, hablé con él acerca de las bondades de ese lugar frente al río, y de lo importante que es estar cerca del agua para quienes preferimos eso antes que la montaña, y me fui a cambiar para entrar a la pileta en soledad, consciente de que para mí es fundamental al nadar sentir cómo el cuerpo avanza como una canoa por un brazo del río que tal vez es el Amazonas, y bajo el cual se ven peces naranjas, otros dorados, y víboras en las ramas de la orilla que no son venenosas ni agresivas —o al menos eso pienso a veces mientras nado—.

Al salir, cuando no hacía mucho que permanecía en un costado, con la campera puesta, tratando de recobrar el calor, un zorzal se posó en un alambre de la cerca que rodea la pileta, justo enfrente de mí, y me miró —o quiero creer eso—, y se fue por arriba del agua hasta girar hacia una reserva natural de la ciudad universitaria, parte de este espacio de la ribera que me ayuda tanto.

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