Ida a para escultura en viaje en auto con demasiado tráfico. En ese sentido, fue como siempre. El tráfico me impulsa hacia una agotamiento, me abruma y me deja una sensación desagradable que me afecta en mayor medida que a otras personas -aunque esa suposición es algo arbitraria como la mayoría de las suposiciones que uno hace).
Pero al menos cuando llego a la terraza del taller de escultura de mi profesor algo cambia. Esta vez estábamos los dos solos, no había otros alumnos, y el viento arreciaba en un momento con tanta fuerza -mucho más de la que he visto antes en ese lugar por años-, que entramos a una ambiente pequeño que tiene la terraza en donde hay una mesa en el centro y alrededor herramientas en las paredes y montones de esculturas -en su mayoría inacabadas- y nos dispusimos a trabajar en objetos de arcilla hasta que el tiempo convirtió a ese trabajo en algo plácido, amoroso hacia los objetos que mejorábamos en un tiempo que se nutría de algo que venía de nosotros sin que supiéramos para qué ni por qué. Montones de elucubraciones supongo que podríamos ensayar en ese sentido, pero ninguna sería la respuesta exacta.
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