Son más de las seis de la tarde y está por anochecer. Camino a la playa y me topo con un hombre y una mujer policía en una esquina; charlan felizmente. Al verlos, pienso en cómo la brutalidad de la dictadura parece haber terminado por menguar toda autoridad estatal en estas tierras, y cosas así, insustanciales, y sigo viaje por los médanos hasta que, echado al final de uno de ellos, en un espacio en donde tengo unas plantas silvestres en mi espalda, me echo a contemplar el mar. Pasan unos minutos y veo cómo esa pareja de policías bajan sonrientes a la playa para tomarse una selfie; como si fuesen una pareja feliz (y tal vez lo son) de vacaciones y sonrío, a la distancia, con ellos.
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