Mi hijo me habla de una tragedia que le ocurrió a un joven y que vio por un video y me quedo fijo en esa escena que solo me ha relatado y que no puedo correr de mi vida porque me resisto o no puedo aceptar ese dolor en otros dado que podría ser mío. Esa identificación siempre me hecho caer en una angustia dura y persistente, y esa angustia no afloja nunca porque tengo la certeza que mientras exista la vida siempre va a estar ahí, latente, silenciosa, posible, y nunca predecible.
Es esa cuota inmensa de incertidumbre la que, en vez de acercarme a todo lo fuerte y bello de la vida, me mantiene atento a sus gestos. Los más mínimos a veces. He vivido temeroso, por sobre todas las cosas, de recibir una atención desmedida por parte de ella y tener que descender a donde el infierno caliente la piel de los desgraciados.
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