Siete y veinte. En el horizonte, está el río que apenas veo desde mi departamento como una franja prometedora; representa algo cierto a lo que me debo acercar. El sol en ese horizonte marca el inicio del día. Hace media hora escuché el sonido del despertador de mi pareja y ya no pude volver a conciliar el sueño debido a una marea continua de pensamientos que me intranquilizan, me conmueven con sus apremios, su falta de respiro, su incapacidad de asumir el silencio. Lo que más me angustia en el último tiempo es el paso del tiempo. Se va, corre, no descansa y todo está envuelto para peor en una rutina seca, vacía de la cual no puedo huir. Quisiera tomar el auto hoy mismo y salir para algún lado a vivir todo lo que no he vivido. Veo escenas: el campo, una ruta, el cielo amplio. Eso al fin y al cabo es lo que siento. Que hay muchas cosas que no he vivido y que ellas ahora se presentan a cada rato a reclamarme lo que les debo. Y les debo mucho, supongo. No tiene sentido continuar con la contención de mi cuerpo, o forzar un sentido hacia cierta madurez y consecuente reposo. Antes me parece que todavía tengo unas cuantas desmesuras por enfrentar. No de un modo juvenil. No sería esa artimaña la salida. Tengo que ver bien qué me reclama lo que está en mi cuerpo, esa bestia herida, desde hace tanto tiempo.
viernes, 18 de julio de 2025
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Amanece
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