Ayer fui a la playa, luego de descansar en la casa, cerca de las tres de la tarde. Son apenas dos cuadras: la franja de arena estrecha, familias en reposeras demasiado cerca unas de otras, niños jugando, mozos que llevan cervezas y tragos. Se supone que eso es la idea de un descanso. No me convence porque prefiero los lugares más solitarios y sigo con mis hijos. Un poco más adelante, una mujer con su pareja y su hijo. Es rubia y tiene una bikini mínima —como tantas—, pero con una cadena en la cintura que acentúa el rasgo erótico. Exuberante y alejada de los cánones más estrictos, me atrae tal vez porque la siento más próxima en edad. Cuando pasamos junto a ella veo el agua de una ola que toca por un instante sus tobillos y luego siento cómo esa misma agua llega a tocar los míos. Le digo a mi hija que las mujeres parecen haber ganado independencia respecto de quién accede a sus cuerpos, pero no tanto en cómo se vinculan con ellos. Todavía pesa el patrón de realzar las formas para convocar miradas. No sé si asiente porque coincide o porque no quiere discutir. Desde niña ha hecho de la cuestión de la femineidad un tema importante, pero guarda silencio.
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sábado, 2 de agosto de 2025
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