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martes, 9 de septiembre de 2025

Semáforo

 

Buenos Aires. Acá está mi casa, mi tierra, y al mismo tiempo el lugar que siento lejano de la naturaleza, del mar, de todo lo que busco. Sin embargo, también está mi historia. El tráfico, los ruidos ensordecedores y agobiantes me enajenan, pero a veces me empujan, sin que lo busque, hacia un pájaro en un árbol, un pulmón de manzana, incluso donde no hay vegetación aparente.

También están las noches, una tras otra, en las que viajé en un tren excitante, prometedor. Algunas chicas pasan en las ráfagas. En un taxi, una mano aprieta la mía. Después, una sonrisa y la promesa de decirme algo en el próximo semáforo. Cuando nos detuvo, me lo dijo. No recuerdo qué. Solo quedó la sonrisa. Ni siquiera la cara. Apenas un nombre sin apellido. O sí, lo recuerdo, pero no importa.

Nada pesa frente a esa sonrisa cómplice detenida en un semáforo de una avenida que conozco de memoria. Demasiado tráfico, pero qué importa. La escena todavía vibra cada vez que paso por esa esquina de noche, de regreso a casa, y otra vez me detiene la luz roja.


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